Salvando las distancias del talento literario, cualquiera de las postales descritas por Arturo Pérez Reverte en "La Piel del tambor" y por Antonio Burgos Belinchón con sus "Habaneras de Sevilla" en la voz del desaparecido Carlos Cano, me despiertan la nostalgia de lo bueno de las viejas tradiciones.
Si la sopa de tomate me recuerda siempre a mi padre sentado mientras cenaba en su viejo sillón de mecedora, el recuerdo de mi suegro Joselito "el de la caseta", está ligado a su navaja cabritera multiusos, como buen campero que era, y que lo mismo le servía para cortar que para pinchar los alimentos para llevárselos a la boca, sin que jamás se hiciese un rasguño en los labios o en la lengua.
El plato de hoy, sencillo donde los haya también está ligado a su memoria. Su evocación es una imagen borrosa, casi gris, en aquella destartalada y desordenada cocina de azulejos blancos, haciéndose muchas noches un huevo embarcado para cenar, disfrutando como un niño chico mientras se lo comía abstraído en sus pensamientos, mojando pausadamente sopones de pan, acompañado de buen mosto de Chucena o de Manolo el Bolero; conjunción gastronómica que le producía tal placer que se le notaba en la paz de su cara y en la tranquilidad de su arrastrado verbo.
Ingredientes:
• 1 huevo
• 2 hojas de laurel
• 1 cebolla
• 1 tomate
• 1 grano de pimienta negra
• aceite de oliva virgen
• vinagre
• sal
• agua
Preparación:
Cuando el agua hierva y los ingredientes estén pochos, sobre 1/4 de hora aproximadamente, cascamos el huevo sin la cáscara dentro del agua y cuando esté más o menos cuajado (según gustos), la clara blanca y la yema tierna, se apaga la candela y dejamos reposar un rato.
Sacamos del agua el huevo con cuidado y lo ponemos en el plato con un poco del agua de cocción, un chorro de aceite y de vinagre.
Rectificamos de sal y nos lo comemos mojando sopones de pan "prieto".
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